La oscuridad de la madrugada exige a la tristeza
una dosis exactamente igual que la de ayer
y de cada mañana antes
desde que dimos un nombre a las horas interminables
y supimos que somos las personas invisibles
nadie puede distinguir la cara del viento
el cabello del cielo nocturnal
el negro en el ojo del negro en el sueño
el nombre del silencio.
En esta oscuridad
debajo de la manta pesada de tu sueño profundo
debajo de la promesa engañosa de tu amor profundo
una luz eterna brilla sobre una esperanza enterrada que no pueda ver la verdad:
nuestras almas no se escuchan
no se confiesan sus pecados
no se comparten sus sueños
la una al otro.
No te permites que salga tu alma –
¿alguna vez la has dejado salir? –
estoy despierta por las horas, minutos y segundos que nunca terminan
escucho tu voz interior, encerrada,
raspada contra tus pulmones
escondida en tus ronquidos
pero no hablo el idioma de tu alma
y en la oscuridad
no puedo hacer señales con las manos
no puedo enviar mensajes con el toque
no puedo comunicarme de ninguna manera contigo.
Permanezco callada, sola
en las horas sagradas
cuando el único ser que quizá pueda escucharme
es un dios que está ocupado con sus creyentes en otra parte del mundo
donde todavía es la mañana o la tarde o la noche
las horas en que cualquiera pueda ser un creyente
porque son las horas de visibilidad
del saber, si es cierto o no, quien es él
y si mira atentamente puede ver la línea delgada y negra entre uno y otro.
Nadie permanece un creyente en el aislamiento de la madrugada
cuando desaparezca esta línea de autodefinición
y todas las líneas entre uno y otro
entre lo que vive y lo que no
entre tu y yo.
Esto es lo que exige la oscuridad de la madrugada:
Espera un momento más en la tristeza callada
para que la hora negra se haga azul
para que la luz nos devuelva nuestras formas
para que el alma se deslice de nuevo
y duerma protegida de la luz del amanecer.