El colibrí de Gisela vino a la última flor de pasión en lo alto. En un lugar privado, escondido de la calle, este pequeño pedazo de desierto se ha transformado en un Edén. A veces verdeante, ahora es la temporada mortal. Las vides de uva, de árboles de limones amarillos, de nectarinas, las camas de jardín elevadas rebosantes de enredaderas secas de calabaza, sus frutas ya han cosechado, las tomate cherry casi vacían, sus hojas café y crujientes, todo su energía ya gastó. Queda nada para dar a la luz.
Ni yo tampoco. Pensé que me quedaría un poco más, que evitaría esta época. Sin embargo, lo que aprendemos de la historia de Edén siempre vuelve. Que todos seremos expulsados.
Mi fruta ha crecido, no al madurez lleno, pero a su temporada de ser cortado libre, sus jugos y néctares para alguien más. Yo sigo, pies en tierra gastada, transformada en polvo. Mi temporada es lo de achaques, habilidades físicas que se paran en instante por algo invisible, unas condiciones que despiertan de un dormido profundo, décadas de sueños silenciosos, para anunciarse, reclamarse su oportunidad de reglar, para domesticar los finales energías salvajes en una vida humana que necesita prepararse para el verde más allá.