The land loves us back. She loves us with beans and tomatoes, with roasting ears and blackberries and birdsongs.
-Robin Wall Kimmerer (2013). Braiding Sweetgrass: Indigenous Wisdom, Scientific Knowledge, and the Teachings of Plants
It is not enough to know I loved the land
the cerros – too big to be hills, too small to be mountains –
rolling, sloped and curved like crouching frogs
lacking snow-capped peaks to draw the eye upward
white painted crosses denoting a prior pilgrim’s ascent
the exhilaration of reaching the very last step of the climb
the disappointment that the heavens could come no closer.
I walked in the dry season
color palette arid, ochre, dusty brown
frogs kept out of the pond too long
their backs crunchy as dirt and stone under my feet
their burro-trail stripes emitting an oxide-brown cloud
my hair, my jeans, my skin faerie-dusted.
I walked in the rainy season
the hillside greened by daily torrents
flowers emerging orange and red at the ends of thorny nopal paddles
purple and yellow and blue flowers cresting awake from dormancy
agave plumped and regal despite its preference for the arid
frogs refreshed, revived
murmuring amongst themselves as they wait
for the right moment to jump back in.
So easy to have loved this land –
every curve opening to a surprise –
a herd of wild horses
a solitary black cow
a sack-laden burro
iridescent beetles
a woman harvesting cactus leaves
a scurrying roadrunner.
The land awaited the sight of my azure baseball cap
my scent
the sound of my singing
or talking to myself
or to the cactus or the agave
or to the town stretched out below
or to the unnamed presence that causes some to plant a cross
and others to bow their head.
It distinguished me from all the others
who criss-crossed its back
my tell-tale pace –
climb, pause, photograph
climb, pause, marvel –
smiling at the one who loves to waltz
danced on the back of a frog.
Just when the cerro knew I had arrived
it gifted me with thorn and dirt and heat and flower
shared its most precious treasures
a sure sign it loved me back.
Will the agave with the broken leaf and the carved initials
wonder where I’ve gotten to?
Will the white cross atop La Crucita
notice the day when I don’t get any closer to it?
Will the sleeping frog miss my footfall
shake its head at the loss of another inhabitant
close its eyes as it resettles the loosened dust and dirt
like a blanket
shed a tear
like I will
after descending for the last time?
Un Amor Recíproco
“La tierra nos da un amor recíproco. Ella nos ama con frijoles y tomates, con orejas asadas y moras y cantos de pájaros.”
-Robin Wall Kimmerer (2013). Trenzando Hierochloe odorata: Sabiduría Indígena, Conocimiento Científico y Las Enseñanzas de las Plantas
No basta con saber que amaba la tierra
los cerros –
demasiado grandes para ser colinas, demasiado pequeños para ser montañas –
redondeados, inclinados y curvados como ranas agachadas
faltándoles picos nevados para atraer el ojo hacia arriba
cruces pintadas de blanco que denotan el ascenso de un peregrino anterior
la euforia de llegar al último escalón de la subida
la decepción de que los cielos no podían acercarse más.
Caminé en la estación seca
la paleta de colores áridos – ocre, marrón polvoriento
ranas mantenidas fuera del estanque por demasiado tiempo
sus espaldas crujientes como la suciedad y la piedra bajo mis pies
sus rastros siendo rayado por los senderos de los burros que emiten una nube de óxido-marrón
mi pelo, mis jeans, mi piel espolvoreados por hadas.
Caminé en la temporada de lluvias
la ladera teñida de verde por torrentes diarios
las flores naranjas y rojas emergiendo de los bordes de las paletas espinosas de nopal
las flores púrpuras y amarillas y azules que crestándose despiertan de la latencia
el agave regordete y real a pesar de su preferencia por lo árido
las ranas refrescadas, revividas
murmurándose entre sí mismas mientras esperan
para el momento adecuado para saltar de nuevo.
Tan fácil de haber amado esta tierra –
cada curva que se abre a una sorpresa –
una manada de caballos salvajes
una vaca negra solitaria
un burro cargado de sacos
los escarabajos iridiscentes
una mujer cosechando hojas de nopal
un correcaminos apresurado.
La tierra esperaba la vista de mi gorra azul de béisbol
mi aroma
mi sonido, contando
o hablando conmigo mismo
o al cactus o al agave
o al pueblo estirada por debajo
o a la presencia sin nombre que compele a algunos a plantar una cruz
y otros a inclinar la cabeza.
Me distinguió de todos los demás
que entrecruzaron su espalda
mi ritmo delator –
subir, pausar, fotografiar
subir, pausar, maravillar –
sonriendo a quien ama el vals
bailó en la espalda de una rana.
Justo cuando el cerro sabía que había llegado
me regaló la espina y la tierra y el calor y la flor
compartió sus tesoros más preciados
una señal segura de que me amaba.
¿Se preguntará a dónde he ido el agave con la hoja rota y las iniciales talladas?
¿Notará la cruz blanca el día en que no me acerqué a ella?
La rana dormida
¿extrañará mi pisada?
¿sacudirá su cabeza en la pérdida de otro habitante?
¿Cerrará sus ojos mientras el polvo suelto y la suciedad se asienta
como una manta?
¿Derramará una lágrima
como lo haré
después de descender por última vez?
So beautiful. I miss this land already that you’ve let me see through your eyes.
Thank you – this place has meant so much to me – glad to convey even a hint of it.